sábado, 30 de noviembre de 2013

El moderno mito de Sísifo según Saramago.



Desocupado lector: genial descripción del hombre del siglo XXI realizada por Saramago en su obra “Claraboya”, os recomiendo su reflexión.

“A veces Emilio pensaba si no se habría vuelto loco, si todo este modo de vivir, estos conflictos, estas tempestades, esta incomprensión permanente no serían, en definitiva, la consecuencia de un desequilibrio nervioso. En la calle era, o suponía que era, una criatura normal, capaz de reír o de sonreír como todo el mundo. Pero le bastaba atravesar el umbral de la casa para que le cayera encima un peso insoportable. Se sentía como un hombre a punto de ahogarse, que llena los pulmones no ya del aire que le permitiría vivir, sino del agua que lo mata. Pensaba que tenía el deber de declararse satisfecho con lo que la vida le había ofrecido, que otros eran menos afortunados y vivían contentos. Pero la comparación no le aportaba tranquilidad. No sabía, lo tenía claro, qué era y dónde estaba lo que le daría la tranquilidad. Ni siquiera sabía si esa tranquilidad existía en alguna parte. Lo que sabía, por una experiencia de años, es que él no la tenía. Y también sabía que la deseaba como el náufrago la tabla, como la simiente el sol.
Estos pensamientos, mil veces repetidos, lo conducían siempre al mismo punto. Se comparaba con un animal uncido a una noria, que camina leguas en un círculo estrecho, con los ojos vendados, sin darse cuenta de por qué pasa por donde ha pasado miles de veces. No era ese animal, no tenía los ojos cerrados, pero reconocía que el pensamiento lo llevaba por un camino ya trillado. Saber todo esto era aún peor, porque, siendo hombre, procedía como irracional. El otro no puede ser censurado por la sumisión al yugo. Y él, ¿podría ser censurado? ¿Qué fuerza lo amarraba? ¿El hábito, la cobardía, el temor al sufrimiento ajeno? Pero los hábitos se sustituyen, la cobardía se domina, el sufrimiento ajeno es, casi siempre, menor del que tememos. ¿No había probado ya —o lo intentó, por lo menos— que su ausencia sería olvidada? ¿Por qué se quedaba entonces? ¿Qué fuerza era esa que lo ataba a aquella casa, a aquella mujer, a aquella criatura? Los lazos que lo ataban, ¿quién los había trenzado?”

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